Segunda Guerra Mundial
La Segunda Guerra Mundial definió a la generación que la sufrió y en ella luchó. Mucho antes de que Adolf Hitler ordenara a su ejército invadir la Unión Soviética, este país se había estado preparando para la guerra. Durante los dos primeros Planes Quinquenales (1928-32 y 1932-36), la rápida industrialización aumentó su capacidad de producir tanques, aviones, y todo aquello necesario para una guerra. En los años 30 del siglo XX, el sistema educativo y las actividades extraescolares enfocadas en el entrenamiento paramilitar prepararon a la juventud soviética. Iósif Stalin seguía de cerca el creciente fascismo y militarismo en Europa y Asia oriental, y en particular el desarrollo de la Guerra Civil Española. Sin embargo, cuando la guerra llegó a su país, fue en parte debido a la política estratégica seguida por Stalin. [Continúa en la parte inferior de la página]
Desconfiando de los líderes de Francia y Gran Bretaña, quienes habían cedido a Hitler la independencia de Checoslovaquia en el acuerdo de Munich de septiembre de 1938, Stalin buscó ganar tiempo con la firma del pacto de no agresión con Alemania en agosto de 1939. Ese pacto facilitó la ocupación de la parte occidental de Polonia por parte de Hitler, comenzó la guerra con Francia y Gran Bretaña, y permitió que la Unión Soviética ocupara la parte oriental de Polonia.
A nivel estratégico, Stalin se equivocó al calcular que Hitler atacaría la Unión Soviética sólo después de haber derrotado a Gran Bretaña, como hizo con Francia en 1940. A nivel táctico, Stalin desestimó los informes que anunciaban un inminente ataque alemán, temeroso de que una escaramuza local pudiera escalar y convertirse en guerra. El Ejército Rojo también siguió las doctrinas militares basadas en rechazar una incursión extranjera como preludio a un contraataque destinado a llevar la revolución hacia los países occidentales. A esto hay que añadir las purgas que Stalin había realizado entre los líderes del Ejército Rojo a mediados de la década de los años 30, las cuales mutilaron a su cuerpo de oficiales y decimaron los cargos que anteriormente habían estado en las manos de líderes militares experimentados. Todo esto hizo que el Ejército Rojo no estuviera en absoluto preparado cuando los soldados del Eje cruzaron la frontera en masa al alba del 22 de junio de 1941. Durante las primeras horas, los aviones alemanes destruyeron la aviación soviética en tierra, cuyos aviones estaban alineados de manera compacta, formación típica de tiempos de paz. En pocas semanas, los alemanes rodearon secciones enteras de tropas soviéticas, matando a numerosos soldados y haciendo prisioneros al resto; la mayoría de estos prisioneros no sobreviviría en las cárceles alemanas a las que se les mandó.
Las autoridades soviéticas echaron mano de la radio, películas, carteles y otras formas de propaganda para apelar a la lealtad con llamamientos hechos a la medida de los diferentes sectores de la sociedad. Para los comunistas incondicionales, la llamada para servir al partido fue suficiente. Para la población urbana, habituada al culto a Stalin y a ver al Líder como el origen de todos los éxitos, la imagen y las palabras de Stalin alentaron sus heroicos esfuerzos. Diseñado para movilizar a un país perturbado por una invasión sorpresa, Stalin -quien había permanecido en silencio durante las dos semanas que siguieron a la invasión alemana- hizo un llamamiento al pueblo para que defendiera al país a pesar de las pérdidas iniciales, y realizó un dramático discurso difundido a través de la radio el 3 de julio de 1941 en el que se dirigía a la gente como “camaradas, ciudadanos, hermanos y hermanas”.
Las autoridades pidieron a los campesinos que defendieran a la Madre Patria, por lo que llamaron a esta contienda “La Gran Guerra Patriótica”. Es más, este llamamiento hizo posible un acercamiento entre las autoridades religiosas y gubernamentales. Reprimida desde 1917, la Iglesia Ortodoxa Rusa volvió a ser relevante y atrajo a un gran número de fieles, que continuaban siendo creyentes a pesar del ateísmo oficial. Para otros, las acciones de los alemanes demostraron ser decisivas. En las regiones fronterizas occidental de la Unión Soviética que no eran parte de Rusia, muchos de sus habitantes recibieron a los alemanes con los brazos abiertos ya que los veían como los libertadores del yugo del estalinismo. Sin embargo, muchas de estas personas terminaron volviéndose en contra de los alemanes ya que éstos alienaron a muchos de sus potenciales colaboradores debido a las atrocidades que cometieron.
Durante los dramáticos primeros meses de la guerra, el aparato propagandístico del Partido Comunista buscó difundir las acciones heroicas de los ciudadanos soviéticos que pudieran ser ejemplos para el resto de los ciudadanos. Una entregada joven comunista, Zoya Kosmodemianskaia, se prestó voluntaria para llevar a cabo una guerra de guerrillas tras las líneas alemanas, pero fue capturada mientras atacaba a un destacamento cerca de Moscú. Cuando estaba a punto de ser colgada, con desafío animó a sus compatriotas soviéticos a que continuaran luchando en nombre de Stalin. Como muchas otras historias de difundidas durante la guerra, la realidad de la historia de Zoya ha sido puesta en entredicho desde los años 80, pero debe señalarse que muchos de estos relatos, en su momento, contribuyeron a crear el poderoso mito de unidad y compromiso inquebrantables de los ciudadanos soviéticos con la causa.
La inicial retirada del Ejército Rojo, el cual pudo detenerse a las puertas de Moscú en diciembre de 1942, hizo que durante ese año la Unión Soviética perdieran una parte considerable de su territorio. Finalmente, durante el invierno de 1942-43, las fuerzas soviéticas lograron una costosa pero decisiva victoria en Stalingrado, victoria que cambió el rumbo de la guerra. Tras repeler una importante contraofensiva del ejército alemán, el ejército soviético venció de manera contundente en la batalla de Kursk para, a continuación, avanzar sin descanso hacia el oeste. La toma de Berlín fue difícil y costosa, pero selló la victoria soviética el 9 de mayo de 1945.
La propaganda puso la corona de laurel sobre la cabeza de Stalin, pero una vez terminada la guerra, durante los primeros años, ninguna celebración pública tuvo lugar. El 9 de mayo continuó siendo una jornada laboral más hasta que, durante el largo liderazgo de Leónidas Brezhnev, el Día de la Victoria comenzó a celebrarse a lo grande. “Nadie será olvidado, nada será olvidado” se convirtió en el lema entonado para acompañar elaboradas historias oficiales, dramáticas películas heroicas, desfiles militares, discursos de veteranos de la guerra, y la ofrenda de coronas de flores en las fosas comunes y los monumentos a la guerra. Siendo enormemente intensas al principio, estas celebraciones fueron perdiendo intensidad para las nuevas generaciones que, a mediados de los años 80, se sentían muy alejadas de las tribulaciones de la guerra. En la década de los años 90, la era de Glasnost permitió a la gente desafiar a los mitos y poner en entredicho los errores estratégicos y tácticos de Stalin. Los archivos del gobierno, que fueron abiertos durante esta época, aportaron detalles sobre los crímenes de Stalin, que habían comenzado a ser revelados durante el gobierno de Khrushchev. El público tuvo conocimiento de las purgas de los oficiales del ejército que tuvieron lugar antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, y de las deportaciones en masa de diversos grupos étnicos que se realizaron durante la guerra, debido a ser falsamente acusados de colaborar con el enemigo. Esto hizo que parte de los ciudadanos soviéticos cambiara su percepción del papel de la Unión Soviética durante la guerra, mientras que otros continuaron aceptando como válida la narrativa tradicional sobre la guerra.
Más allá de estos retos, el culto tradicional ha resurgido durante la primera década del nuevo milenio. El recuerdo de la guerra, gestionado ahora por la administración pública, mantiene la visión post-soviética de la victoria bajo Vladimir Putin. Tanto los oficiales como los ciudadanos rusos participan con entusiasmo en las celebraciones del Día de la Victoria, engalanando sus solapas o desplegando de diferentes maneras el lazo a rayas naranjas y negras de San Jorge, el reconocido símbolo militar ruso. Grandes desfiles de vehículos militares y columnas exuberantes de jóvenes soldados rusos luciendo los uniformes y las armas de la Segunda Guerra Mundial son, hoy en día, la norma en las celebraciones del 9 de mayo. Solo el entusiasmo popular hace posible que se vean automóviles engalanados con eslóganes tales como “¡Gracias abuelos por ganar la guerra!”.
Lecturas recomendadas y referencias
Lisa Kirschenbaum, The Legacy of the Siege of Leningrad, 1941--1995: Myths, Memories, and Monuments (Cambridge University Press, 2009).
Memories of Veterans of the Great Patriotic War, https://iremember.ru/en/
Catherine Merridale, Ivan's War: Life and Death in the Red Army, 1939-1945 (Picador, 2006).
Pleshakov, Constantine. Stalin's Folly: The Tragic First Ten Days of World War II on the Eastern Front (Houghton Mifflin, 2005).
Seventeen Moments of Spring, "Battle of Kursk," and "Veterans Return" http://soviethistory.msu.edu/1943-2/battle-of-kursk/http://soviethistory.msu.edu/1947-2/veterans-return/.
Nina Tumarkin, The Living And The Dead: The Rise And Fall Of The Cult Of World War II In Russia (Basic, 1995).
Harrison E. Salisbury, The siege of Leningrad (Secker & Warburg, 1969).