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Guerra Fría

La Guerra Fría fue un conflicto geopolítico entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, a través del cual cada nación afirmaba que su ideología poseía el modelo ideal a seguir en la sociedad, política, cultura, economía, ciencia, cultura, etc. La Guerra Fría moldeó la manera de pensar de los países participantes sobre el mundo, dividiéndolo en bloques de aliados dirigidos por una superpotencia que representaban polos opuestos. A pesar de la frialdad de sus relaciones antes de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética y los Estados Unidos se aliaron contra la Alemania nazi. [Continúa en la parte inferior de la página]

Sin embargo, cuando en 1945 la guerra finalizó, cada bloque consideraba que sus intereses eran incompatibles con las acciones del otro, lo que incrementaba la posibilidad de un enfrentamiento. Para impulsar sus respectivos intereses, ninguno de los dos mandatarios, el líder soviético Iósif Stalin y el presidente de los Estados Unidos Harry Truman, estaba preparado ni tenía la capacidad de negociar un acuerdo. Stalin buscó la seguridad para su país instalando regímenes afines a la Unión Soviética en naciones que hacían frontera con la parte occidental de la URSS y que estaban ocupados por el Ejército Rojo desde 1945. Sin embargo, Stalin se veía limitado a causa de la debilidad causada por las grandes pérdidas sufridas durante la guerra. Los Estados Unidos, además de tener el monopolio sobre la bomba atómica, emergieron de la guerra como la superpotencia financiera e industrial del mundo. Implantaron el sistema Bretton Woods, un marco internacional para facilitar el comercio, la inversión y -tal y como esperaban los legisladores- la democracia. La Unión Soviética se opuso a este sistema y, sobre todo, era vista por los líderes de los Estados Unidos como una amenaza ideológica foránea.

El conflicto surgió cuando sus esferas de influencia chocaron. A principios de 1947, oficiales de Estados Unidos comenzaron a tener miedo de una amenaza sobre Grecia y Turquía. En 1948, Stalin consolidó su dominio sobre la Europa del Este mientras que los Estados Unidos ponían en marcha su Plan Marshall para ayudar a los países occidentales. Fomentado por la división de la Alemania ocupada, este agresivo conflicto se intensificó cuando Stalin bloqueó a las potencias occidentales el acceso a la parte de Berlín que les correspondía. En ese momento, el enfrentamiento se hizo global. En 1949, los comunistas obtuvieron la victoria en China tras una larga guerra civil. En 1950, Corea del Norte atacó a su homónima del sur. Entre 1946 y 1954, los Estados Unidos y la Unión Soviética silenciosamente apoyaron facciones opuestas en la guerra anticolonial en Vietnam, el antecedente a la intervención en este país de los Estados Unidos en la década de los 60. En casa, tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética tenían pánico a una subversión interna provocada por individuos o grupos desleales. Cruzadas anti-comunistas en los Estados Unidos, tanto en el gobierno como en el sector privado, tenían su equivalente en la Unión Soviética en los ataques apoyados oficialmente contra “los cosmopolitas desarraigados”, una campaña con tintes anti-semíticos contra cualquier persona que tuviera conexiones en el extranjero. Mientras los estadounidenses demonizaban a “los Rojos”, los soviéticos aprendían a odiar a los militaristas, capitalistas imperialistas de los que se decía que habían estado aliados secretamente con los nazis.

Tras la muerte de Stalin en 1953, sus sucesores buscaron aliviar la tensión, pero las relaciones entre las dos superpotencias armadas con bombas nucleares siguieron siendo de desconfianza. En 1955, en Ginebra, los líderes de estas potencias mundiales se sentaron en la mesa de negociaciones por primera vez en una década. Nikita Khrushchev pidió que se compararan sus respectivos niveles en ciencia, industria y nivel de vida, a la vez que restaba importancia a la carrera armamentística, mientras hacía uso de una gran retórica para hablar sobre el reducido número de misiles que tenía su país. Sintiéndose seguro de que la historia estaba de su lado, y envalentonado por unos índices de crecimiento asombrosos, Khrushchev afirmó que su país muy pronto “alcanzaría y superaría a América” en medidas económicas.

Abrió la puerta a tener relaciones diplomáticas con nuevos países independientes que anteriormente habían sido colonias de Gran Bretaña, Francia y otros imperios europeos. La influencia soviética en África, Asia, y América Latina continuó siendo limitada, pero esta iniciativa creó un nuevo escenario para la rivalidad en temas económicos, políticos y militares. Habiendo heredado una posición estratégica más débil, Khruschev presionó para lograr ventajas estratégicas en zonas conflictivas, como Berlín y Cuba. La Crisis de los Misiles de Cuba en 1962, tras llevar al mundo al borde de una guerra nuclear, hizo que ambas partes enmendaran sus posturas. En 1963, los Estados Unidos y la URSS mejoraron sus vías de comunicación mediante la instalación de una línea telefónica directa entre el Kremlin y la Casa Blanca, y firmaron un tratado limitando las pruebas de armas nucleares.

Al final de la década de los 60, la Unión Soviética había desarrollado un poder nuclear que estaba a la par con el de los Estados Unidos. Ambos países poseían armas suficientes que para garantizar que las personas que hubiesen podido sobrevivir un primer ataque pudieran, a continuación, atacar y destruir al agresor – y seguramente al mundo. La posibilidad de un segundo ataque convirtió en real el principio de una indudable destrucción mutua, o MAD (por sus siglas en inglés, Mutual Assured Destruction), un desalentador equilibrio de terror que, en realidad, lo que hizo fue disuadir el enfrentamiento armado y activar la Detente, un periodo de distensión en las relaciones que llevó a tener negociaciones diplomáticas intensas y acuerdos sustanciales entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Cada superpotencia intentaba navegar por un mundo con muchos polos opuestos. Contando con la protección militar de Estados Unidos, los países de la Europa occidental comenzaron a actuar de una manera más firme tendiendo lazos políticos y económicos a la URSS. Tras haber roto con la Unión Soviética, la República Popular de China desarrolló su propia fuerza de disuasión nuclear y saltó del aislamiento al escenario internacional. Desesperados por alejarse de la guerra en Vietnam, Richard Nixon y Henry Kissinger buscaron establecer convenios con la Unión Soviética de Leónidas Brezhnev. Los dirigentes de las superpotencias firmaron tratados que limitaban la creación de nuevas armas nucleares, así como el Acta de Helsinki, por el que tanto las fronteras establecidas en la postguerra mundial como la soberanía interna de la Unión Soviética y sus aliados quedaban aseguradas, a cambio de la introducción del lenguaje de los derechos humanos en las relaciones internacionales.

Aun así, la Detente resultó ser impopular y efímera. Para los líderes de la Unión Soviética, puso en orden las relaciones con los Estados Unidos y estabilizó Europa, pero no impidió que ninguna de las dos superpotencias pasara a la acción en otras regiones. Por ejemplo, al final de la década de los 70, cada superpotencia apoyaba facciones opuestas en los conflictos del África subsahariana. En ese momento, en 1979, la URSS envió su ejército a Afganistán para defender a un gobierno amigo en peligro. Considerando esta acción como una agresión, la administración Carter dio un giro en contra de la Detente. Es más, el conflicto de Afganistán envalentonó a la línea dura estadounidense, la cual acusó a la Detente de apaciguadora, retórica que ayudó a la elección de Ronald Reagan en 1980. En 1983, la Fuerza Aérea soviética derribó un avión civil de las líneas aéreas coreanas y, más adelante ese mismo año, un provocativo ejercicio militar de la OTAN elevó de nuevo el miedo a una guerra nuclear.

Y entonces, de repente, la Guerra Frío terminó. Tras ser elegido secretario general del partido en 1985, Mikhail Gorbachev tuvo que hacer frente a las verdaderas proporciones del complicado sistema militar-industrial de la URSS. Heredando una economía con un rendimiento muy bajo y sin el deseo de continuar con la guerra de Afganistán, Gorbachev estaba decidido a reformar la URSS para poder salvarla. Trató de negociar con los Estados Unidos y sus aliados, y se encontró con un presidente Reagan que estaba dispuesto a dialogar de una manera directa. A lo largo de una serie de cumbres, tratados de reducciones de armas, y visitas oficiales, los dos líderes redefinieron las relaciones entre las dos superpotencias.

En octubre de 1989, Gorbachev respondió a la victoria en las elecciones de Solidaridad, el sindicato independiente de Polonia, diciendo que la Unión Soviética había abandonado la Doctrina Brezhnev, según la cual la URSS se garantizaba el derecho a intervenir militarmente en los asuntos internos de sus aliados. Países que habían sido gobernados con mano de hierro desde 1945 comenzaron a rechazar el gobierno de un solo partido y se alejaron de la influencia soviética. En 1990, Alemania se reunificó, terminando así con la división en el corazón de Europa, y poniendo fin a la Guerra Fría un año antes de que la Unión Soviética se disolviera.

Lecturas recomendadas y referencias

Aleksandr Fursenko and Timothy Naftali, Khrushchev's Cold War: The Inside Story of an American Adversary (W. W. Norton, 2006).

Library of Congress, "Revelations from the Russian Archives," https://www.loc.gov/exhibits/archives/sovi.html

Serhyi Plokhy, Yalta: The Price of Peace (Viking, 2010).

Seventeen Moments of Soviet History, "International" http://soviethistory.msu.edu/theme/international/

Vladislav M. Zubok, A Failed Empire: The Soviet Union in the Cold War from Stalin to Gorbachev (University of North Carolina Press, 2007).

Vladislav Zubok and Constantine Pleshakov, Inside the Kremlin's Cold War: From Stalin to Khrushchev (Harvard University Press, 1996).